Sin saber que hacer, en un primaveral día de diciembre, postrado en la cama sin ánimos de nada, se puso a pensar: ¿Es que acaso por más que ames, siempre terminarás sufriendo? Dando vueltas sin sentido en la cama, cubriéndose la cara con la almohada de miedo por la soledad, no conseguía sacar su rostro de su mente. «¿Era acaso esto una maldición que me seguiría de por vida?» se decía una y otra vez, pero no lograba dar una respuesta clara. No lograba encontrar su error, y el deprimente ambiente no lo ayudaba. Intentó tocar guitarra, pero no pudo hacerlo, ya que el más simple acorde le recordaba a su amada, y aumentaba el dolor. Una habitación llena de recuerdos, hermosos en su tiempo, ahora lo atormentaban… esos recuerdos ya no volverían…
Los ojos hinchados, un lento respirar, un débil palpitar… sangre corriendo por las muñecas, desembocando en los más recónditos rincones de la habitación anunciaban el final; el final de una historia plagada de amor, que terminó en nada más que dolor…
Pasaban los días, y ya nada comía ni bebía. Con cada segundo que pasaba, su alma se consumía más y más. Poco a poco iba muriendo. Su corazón roto, su cuerpo debilitado, un cuadro de anemia por la pérdida de sangre, y un intenso ardor en las muñecas lo torturaban hasta el punto más inhumanamente imaginable. Todo eso sin mencionar el peso que la soledad dejaba en sus hombros. Una nube de humo de cigarrillo, una tenue luz de vela, era lo único visible. Por su deplorable estado se aisló: no quería que otras personas lo vieran así, no quería que lo ayudaran, solo quería desaparecer… Tan solo una persona podía evitar eso, pero ya no está, pensó…
Cuando yo se le acabó toda esperanza, la muy escasa que quedaba, sucedió un milagro: ella llamó a la puerta de su corazón. Quien creyó que no volvería, volvió. Quien creyó que ya no le hablaría, le habló. Y quien era su única esperanza, apareció…